Félix Sancha Soria
Aroche. 1920-1930Los historiadores siempre tenemos una tendencia a magnificar las grandes batallas, a encumbrar a los generales y a silenciar o minusvalorar el papel de los pecheros o gentes más pobres. Pareciera que si no lo contamos todo a lo grande la investigación tiene menos nivel. Sin embargo, a mí particularmente lo que me ha interesado siempre es aquilatar el sufrimiento de los vecinos en la frontera hispanolusa durante la Guerra de Restauración de Portugal (1640-1668). Descubrir cuáles eran sus fuentes económicas, cómo construían sus casas, qué comían, cuáles eran sus tradiciones, qué fiscalidad soportaban, cómo y por qué se alistaban o cómo organizaban su defensa han sido siempre cuestiones de capital importancia.
Por eso vamos a intentar describir uno de los momentos más dramáticos que le podían ocurrir a una población fronteriza en aquella contienda, el asedio, y lo vamos a hacer en una de las plazas mejor dotadas militarmente de toda la frontera de Andalucía, Aroche. Inicialmente debemos argumentar que durante todo el siglo XVII la guerra de posiciones fue concebida básicamente como una cuestión de asedios a pesar de conllevar un mayor coste en hombres e intendencia que los enfrentamientos en campo abierto. Este tipo de ataques hacía que se centraran los esfuerzos en las fortificaciones, siendo de corta duración. La mayor parte de los asentamientos fronterizos no estaban defendidos por complejas y modernas fortificaciones por lo que le era muy difícil resistir más allá de unos días.
Sin embargo, Aroche a pesar de tener unas defensas eminentemente medievales cuyos elementos principales eran su castillo de origen árabe, su muralla artillera, el parapeto de la Iglesia prioral de Nuestra Sra. de la Asunción y la Torre de San Ginés, en lo alto del Barrio de su mismo nombre, resistió la acometida del ejército portugués aquel 27 de marzo de 1642. Bien es cierto que el ataque se desarrolló a lo largo de sólo siete horas, comenzando a las nueve de la mañana y terminando a las cuatro de la tarde.
Desde finales de enero se conocía que los portugueses se preparaban para depredar la Sierra de Aroche, por lo que el concejo de Sevilla había enviado meses antes 1.000 ducados de vellón para reparar las estructuras defensivas y 50 picas y 100 mosquetes para armar a las compañías de milicia y socorro. También se tomaron otras medidas como alojar a los vecinos que vivían extramuros en el interior de la muralla y solicitar ayuda a otras compañías de villas cercanas, llegando rápidamente las compañías de caballería de Fregenal y milicias de Cortegana.
Los portugueses sabían muy bien que Sevilla había ligado la suerte de esta parte de la frontera a la plaza de Aroche. Además de contestar los ataques españoles sufridos con anterioridad el plan era tomarla, lo que haría saltar el sistema defensivo serrano, quedando abierto un amplio corredor que posibilitaría que en un hipotético ataque las tropas lusas pudieran llegar a amenazar Sevilla.
El día anterior al asedio llegaron noticias de los centinelas, apostados en los lugares estratégicos de la Raya, que los ejércitos portuguesas acantonados en Serpa se habían puesto en marcha hacia la villa del Chanza. Inmediatamente se activó el mecanismo de defensa, pues había suficiente tiempo para preparar la estrategia sobre todo teniendo en cuenta que estas dos poblaciones estaban separadas por más de 60 kilómetros.
Dentro de la plaza el miedo se apoderó de los vecinos, las campanas tocaron a rebato, comunicando la nueva, desplazándose una gran masa de gente de los campos hacia las puertas de la muralla. Los ganaderos arrearon sus rebaños hacía los alrededores de la población. Se puso mucho esmero en el abastecimiento por si el asedio era largo, las panaderías cocieron todos los panes que pudieron y los carniceros entraron numerosos animales intramuros, algunos de los cuales sacrificaron.
Mientras tanto los soldados de las diversas compañías, tanto arochenas como forasteras, recogían sus armas y formaban en la plaza pública con sus capitanes esperando las órdenes del Gobernador de las Armas. A cada uno le fue indicando el lugar que debía ocupar en la estructura defensiva, por lo que se llenaron de soldados el paseo de ronda del castillo y muralla. Las grandes preocupaciones tanto del alcaide del castillo, Gobernador de las Armas y alcaldes del concejo eran la complicada defensa de la zona de La Cota, la posibilidad de que los portugueses escalaran la muralla por la zona de La Corredera y Cortinal y la debilidad de los lienzos de tapial y argamasa ante el empuje de la moderna artillería.
Una vez que todos los vecinos se encontraban intramuros se cerraban las puertas de la muralla, las de Sevilla, La Fuente y Santa Clara. Acto seguido los correos se desplazaron rápidamente a las villas de los alrededores, todas muy interesadas en que no penetrara el enemigo hacia el interior.
Los arochenos, a finales del año anterior (1641), ya habían sufrido las iras de los portugueses que robaron ganado y quemaron varias fincas, retirándose finalmente a la aldea mourense de Santa Alexo. Este peligro latente había sometido a los vecinos a continuas guardias de noche y de día que, por una parte, los extenuaba y, por otra, les impedía cultivar los campos.
El asedio a la plaza como hemos referido no se produjo hasta el 27 de marzo. Los portugueses estuvieron dirigidos por un buen militar el Capitán Mayor de la plaza de Serpa Manuel de Melo. El ejército portugués trajo su artillería a través de penosos caminos vadeando el río Chanza por el puerto de Peñalva, colocando sus cañones en las colinas al oeste de Aroche, en concreto en torno al Alto del Naranjo (498 m.).
Aunque los aproximadamente 1.800 habitantes arochenos daban muestras de cansancio se batieron en el asedio con gran valentía, apoyados por las compañías de las poblaciones vecinas. Los doce cañones situados en las torres del castillo y dos más en la Torre de San Ginés repelieron el fuego artillero portugués. A ello debemos sumar la efectividad de los mosqueteros que impidieron que los lusos se acercaran a la muralla.
El ataque lo llevaron a cabo un importante número de tropas enemigas de infantería y caballería apoyadas por fuerte artillería. Las distintas fuentes no se ponen de acuerdo en la cuantificación de los soldados portugueses que unas cifran en 5.000 soldados de infantería y 300 de caballería y otras en 1.800. Nosotros nos inclinamos más por ésta última cantidad debido a que el ejército del Alentejo tenía en total en estas fechas algo más de 9.000 efectivos.
Tampoco es fácil saber el número de defensores españoles, aunque estimamos por las fuentes documentales que tras las murallas se encontraban las compañías de milicias de Cortegana, La Nava y Galaroza, una compañía de caballos procedente de Extremadura, las compañías de milicias y socorros de Aroche, a las que se sumaron sin duda todos los vecinos. En total intramuros debió de haber más de 500 soldados.
Una vez que los portugueses observan la imposibilidad de tomar la plaza se retiran sembrando el Valle del Chanza de destrucción. En su camino encuentran la aldea arochena de “El Gallego” que es atacada y sus casas incendiadas. Muy pocos de sus habitantes debieron perecer en el ataque puesto que la mayoría habían huido a refugiarse en la plaza de Aroche.
Los arochenos tras el paso del “rebelde” portugués, sin apenas tiempo para celebrar el éxito, comenzaron a curar a los heridos, enterrar los muertos, reparar las casas y elementos defensivos, hacer las pesadas guardias y soportar el alojamiento de las compañías de otros pueblos que permanecieron en la villa algún tiempo. Lo que no imaginaban es que esta guerra apenas acababa de comenzar y se dilataría por espacio de casi tres décadas.